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24 noviembre 2010

De cuando tu madre y la mía…

Yo tengo un problema, y es que con la pinta que tengo no puedo ir por ahí diciendo que quiero a mi madre. Mira que mi madre es de esas madres con ese don único y quizás genético femenino, el don de avergonzar a los hijos sea cual sea la edad, posición social y opción sexual que tengas. Siempre he pensado que si yo fuese alguna vez madre, dios no lo quiera, ni la ciencia tampoco, seria una madre como la mía, y sobre todo también me planteé si seguiría siendo madre de un hijo como yo, ¡¡dios no lo quiera!!



Ojo, que todas estas cosas las hacen inconscientemente. Es simplemente la reacción por no superar el llamado trauma del parto. ¿En qué consiste el trauma del parto? Pues muy sencillo. Mira tu que después de padecer dolores insufribles y terroríficos no tener la satisfacción de darle el primer azote a tu propio hijo y por lo menos emprender la venganza materna desde ese instante. Como mucho solo les queda jalear al médico e instarle a que también continúe azotando al marido por su parte de culpa. Este es el motivo por el que las madres a lo largo de su existencia tratarán por todos los medios de devolverte, esos nueve meses de mantenimiento gratuito, esas estrías provocadas por tu gestación, aquellos sofocos matutinos, y por supuesto no poder volver a tomar pepinillos en vinagre, que hasta que tu llegaste, siempre le encantaron. Todas estas terribles señales traen como consecuencia, el don de avergonzarte. Una capacidad que se les manifiesta en cualquier momento, generalmente de manera imprevisible.





Toda madre que se precie de llamarse así, debe llevar a cabo una cantidad de requisitos para serlo.
Veamos. Y es que las madres están obsesionadas, bueno en realidad tienen una serie obsesiones básicas:

Por ejemplo que te abrigues. Sin importar la época del año tu tienes que abrigarte. ¿Que sales a la calle? Tu te abrigas, ¿Que es agosto? Tu te abrigas igualmente que el tiempo esta muy loco. Para las madres los bañadores tendrían que ser de forro polar y que inventaran bufandas acuáticas. Se obsesionan con que lleves la camisa por dentro. Vaya manía con eso, ¿Que sales a la calle? La camisa por dentro, ¿Que es agosto? La camisa por dentro y te abrigas. No podemos olvidarnos esa oscura obsesión materna que consiste en cerciorarse por el nivel de suciedad de nuestra ropa interior. Es decir, para tu madre la prioridad máxima de sociabilidad consiste en que lleves los calzoncillos limpios por si acaso. Que tu madre acabe de ser testigo de tu brutal atropello por parte de un autobús urbano de doble eje, y eres trasladado cuidadosamente al hospital, para ella no habrá mayor tranquilidad que ser consciente de que llevas los calzoncillo limpios. Y la peor de todas, que te termines la comida. Obsesión que suelen acompañar de expresiones varias tales como “No comes nada”, “Antes comías más”, o “Mira como te has quedado”. Obsesión que se manifiesta mas patentemente cuando sales de excursión. Esa manía de colarte un Tupper de tres kilos de albóndigas con tomate en la maleta del campamento de verano, no hacia otra cosa que exponerte ante decenas de niños hambrientos mucho mas fuertes y peligrosos que tu.
Una madre sostiene el derecho legítimo maternal de ridiculizarte cuando le plazca. Cuando por fin ya has aprendido a imitar hasta el canto de un pulpo macho en celo, y a cantar la discografía entera de Imperio Argentina, siguen humillándote. Pobre del niño o niña, que estando su madre reunida con amigos y familiares, tenga la osadía de pasar por el salón. No pierden el tiempo oye, a la minima te enganchan y ale a pasar vergüenza recitando los Reyes Godos, o deleitar con un concierto acústico de pajaritos por aquí pajaritos por allá. Y claro en esa tesitura estás tu cantando fatal y pasando un bochorno horroroso con tal de no llevarle la contraria a tu madre.

Hacedme caso que hay gente que eso le ha afectado y se quedan así para siempre, o si no mirad a la artista anteriormente conocida como Tamara, Yurena,… que prefería hacer el ridículo antes que llevarle la contraria a su madre.


Hay situaciones concretas en las que la habilidad vergonzante se les dispara de forma descontrolada. Que decir de cuando te vas a renovar algo de vestuario, y claro uno ya empieza a estar bonito de ver, te van gustando un poquito las muchachillas, y el pavo juvenil empieza a florecer. Pues tu madre, tu desconsiderada madre sigue abriendo la cortinilla del probador como si tuvieras tres años, encontrándote semidesnudo con un testículo colgandero que sobresale por el slip del shinchan y probando con tirones si el pantalón te agarra o no de la ingle, ofreciendo la comprobación a la dependiente buenorra del momento.
Ya veis que las madres no perdonan nunca. No te perdonan lo del embarazo. Porque claro como sufrieron esos cambios tan bruscos por tu culpa, pues cuando luego tu entras en el periodo de desorden corporal conocido como la pubertad, no pierden momento de comentar los cambios que sufre tu cuerpo con todo dios, sin importarle si estas delante. Anda que no la he oído yo veces. Que si ya estoy desarrollando, que si ya me salen pelitos en las pelotitas, que si hasta hace dos días me hacia pipí en la cama, y que le parece que fue ayer cuando tuvieron que llevarme al médico porque no paraba de tocarme la churra. A este paso no me desarrollaba y encima con la manía de no querer comprarme calzoncillos nuevos, total según ella para qué los iba querer, si no tenia mas que una almendrita. Pues por eso mama que si las niñas ven la almendrita en un slips de shinchan enseñando la trompa , luego no quieren turrón.

Afortunadamente el tiempo lo cura todo, o por lo menos eso crees. Llega un momento en que las madres no pueden aprovecharse de ti y dejarte en ridículo, entonces cambian de estrategia y comienzan a darte vergüenza ajena. Lo ultimo que debes hacer con tu madre es irte a la playa o piscina con ellas. ¿Quien no ha tenido un momento como este? Tu madre con un gorro de estos de “Escuela de sirenas” pero con un geranio plastificado de veinticinco centímetros de diámetro. Acercándose al agua para medio mojar el pié en escorzo acentuando toda la escena con grititos escandalosos. Gritos que alertan a todos los presentes tras lo cual tu madre más se crece en la gloria y acaba rematándolo todo introduciéndose en el agua entre jadeos y soplidos deseando por todos los dioses que alguien te ahogue. ¿Qué forma de nadar es esa por los clavos de cristo? Si parece una tortuga con periscopio, resoplando, resoplando, con el cuello en tensión estirado hasta el límite.


Y es que las madres hacen cosas pues de madres. Nunca podrán conciliar la evolución tecnológica con su modo de vida. Por lo que veis sí, mi madre tiene problemas con mi ordenador. Ella a lo máximo que ha llegado a estar cerca de esa máquina, demoníaca según ella, es para desenchufarla los días de tormenta. El frigorífico, la lavadora, el hornillo eléctrico, cualquier cosa no importa que esté enchufada, pero mi ordenador, mi ordenador hay que quitarlo de la luz. Otra obsesión mas que sumar a su repertorio.

No es que yo ose, ni me atreva a decir, tan siquiera a insinuar levemente, que las madres son un poco torpes, de eso nada. A decir verdad las madres hacen cosas, que bajo un prisma adecuado serían consideradas como hechos fantásticos, casi de superheroínas. Mi madre tiene la increíble capacidad de sintetizar, de resumir, de simplificar, en un simple cambio de letra la idea tan compleja como esta. “No es que no, y no me lo vuelvas a decir más, porque es que no”. Sorprendente diréis todos. ¿Resumir toda esa perífrasis verbal con un simple cambio sustantives co? Así es, veréis;


-Mama yo quiero un balón de futbol. Como buen niño pides sin cesar.
-Ni balón, ni balona. Te replica tu madre.


Otro ejemplo, mas si cabe.


-Mama yo quiero una moto. Típica reclamación de adolescente.
-Ni moto ni mota. Dando por terminadas tus peticiones.


Al final cuando crees que ya no puede hacerte nada más, te independizas, y te vas a vivir solo, tranquilo, con tus cosas. Ni por esas, claro que no, es tu madre no puedes librarte de ella. Las madres continúan fastidiándote. Te llenan la casa de manualidades horrendas. La casita de muñecas del Sisí Emperatriz, te regala los amantes de escayola, esos cuadros de payasos en relieve que desde pequeño te causan un trauma, y por supuesto el porta rollos de ganchillo para el papel higiénico, como no. Todas estas cosas, además, tienen que estar a la vista por si ella viene de visita.


En fin que yo lo entiendo, queda claro que cuando una mujer tiene un hijo hay tres cosas que no puede volver hacer jamás en la vida. Recuperar la cintura, meter los brazos por las mangas de una rebeca, y sumergir la cabeza en el agua. Y como dice un amigo mío, que es muy, pero que muy madrero, pensadlo bien, usad toda la sabiduría matemática que poseáis. Dentro de una madre estas nueve meses, y dentro de tu novia entre unas cosas y otras, no llega a quince días.


Para mi madre; te sigo queriendo a pesar de ti, y gracias por quererme a pesar de mi.



“El hombre con peor suerte del mundo”.

12 junio 2010

De cuando me hice caca, pero mucha mucha caca…

No hará mucho tiempo estuve coqueteando con la muerte, con la muerte anal. Es decir viví un momento más por los que sostengo firmemente mi creencia en que soy el hombre con peor suerte del mundo. Bien. Y es que padecí  diarrea. Vamos lo que se conoce coloquialmente como cagarse pata abajo. Aunque suene divertidísimo, no tiene ninguna gracia, pues me hacia caca…pero mucha mucha caca.

Estoy hablando de caquita blandita, de dolor estomacal  y gases, pero gases chungos. No como esos pedos que sabes que son graciosos, esos que tienen  incluso más gracia si justo antes de tirarte uno, levantas la mano y dices: ¡¡¡¡ Ey tengo una idea!!! Pero no, en este caso se trata de sufrimiento puro y cremoso.

 
Seguro que todos vosotros sabéis perfectamente de que estoy hablando. Y es que la diarrea es así. Te hace plantearte cosas que hasta ese momento de tu vida no te habías parado a pensar. Cosas como;  usar el bidé para algo más que la limpieza de pies, de huevamen e ingleta  antes de dormir, decidirte por los múltiples tipos de capacidades de absorción, suavidad, rugosidad y olor del papel higiénico, tener una excusa suficientemente buena para oler realmente mal, o beber bebidas para deportistas aún estando todo el día tumbado en el sofá.

Estar tumbado en el sofá sí mola. Estaba yo con mi batita calentita, mis calcetines gordos y calentitos, casi casi como un bebé calentito, rollizo y rosa. Y en ese instante se me va todo al garete, es en esa situación cuando empiezo a sentir un ligero movimiento intestinal, y sé que algo está bajando lentamente aunque con paso firme hacia mi zona anal. Sé que es ese pedo que conozco muy bien, ese pedo que si fuera una intervención militar se llamaría “BROWN STORM”. Ese pedo que ha conseguido atravesar las defensas del lado sur. Entonces cuando a pesar del dolor lucho por evitar la evasión, sale. Irremediablemente ha escapado, así que me quedo con ojos llorosos, carita dulce y desvalido, mientras le digo a mi novia: 
- Cari me he cagado encima……………………… 


            










“El hombre con peor suerte del mundo”.
                                                                                     

21 mayo 2010

De aquellos maravillosos trabajos…

Sé lo que estáis pensando. Visitáis mi blog, los dibujitos son monos pero con la tontería esa de la mala suerte pensáis en lo que hace la gente por no trabajar. Puede que sea cierto, quizás tengáis algo de razón. Al fin y al cabo soy un hombre adulto, feo y solo, vociferando desde lo alto de un cibernético escenario gilipolleces por doquier, cual mitin político multitudinario y masivo. Por tanto llegamos a la misma conclusión, lo que hace la gente por no trabajar. Pero claro, no siempre fue así. Yo antes trabajaba, por muy extraño que resulte, en el pasado tuve muchos trabajos. He trabajado en millones de lugares, pero me han echado de todos y cada uno de ellos por culpa de mi mala suerte.
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Por ejemplo, una vez me echaron de un trabajo injustamente, según ellos, por mi falta de seriedad. Vaya excusa barata y sin sentido. ¿Podéis creerlo? Me despidieron con argumentos como; que si a los clientes no les sientan bien mis bromas,  que si el trabajo no es lugar para contar chistes de fantasmas, que si el numero del ventrílocuo no lo entienden y no tiene ni puta gracia. En fin, da lo mismo hay más Tanatorios por el mundo. Es lo que tiene ese trabajo, demasiado rigor, por lo que se ve.  


En otra ocasión trabajé de ascensorista. Es un trabajo interesante y estimulante. Nunca te aburres, ya sabéis, todo el día arriba y abajo. Pero ojito, no os penséis que yo me dejaba llevar, no creáis que me tomaba el trabajo en broma. De eso nada, yo no me conformaba con darle al botoncito y para arriba o para abajo, por supuesto que no. Yo era un ascensorista de puta madre. Un ascensorista brutal. De esos que no tienen parangón, ascensores para arriba, ascensores para abajo. Un ascensorista en definitiva sin fronteras. Por supuesto que sí. Elevé el término ascensorista a su enésima potencia. No como esos otros ascensoristas, esos que van por ahí con la cara bien alta, jactándose de que son los mejores operarios de ascensor y luego bajan por las escaleras. No no no, yo hasta soñaba con plantas, halls, pisos y números. Me pasaba todo el tiempo pensando en ascensores, vivía por los ascensores. Ascensores para arriba, ascensores para abajo. ¡¡Joder claro, si es que no tenía ni un puto compañero de trabajo¡¡ Tenéis que entenderme, cuando eres ascensorista trabajas en un claustrofóbico, pintarrajeado y maloliente cubículo de dos metros cuadrados. O teniendo mucha suerte puedes trabajar en el ascensor de un hospital, que a esos les cabe una camilla, pero da mal rollo, no es un ambiente idóneo para hacer amistades. Y como podéis comprender no me apetecía envejecer siendo un ascensorista sin amigos que llega a casa y solo habla del tiempo, porque ya me diréis a mí de qué otra cosa voy hablar. No quería llegar siempre con la misma mierda, que si que buen día hace, o parece que va a llover, una vez tras otra. Ya estaba hasta el coño de tantos cirros, cúmulos y estratos.
El trabajo es muy importante y hay que sacrificarse por todo. Tiempo después de experimentar trabajos esporádicos y mal remunerados, tales como limpiar el patio de butacas del único cine X que aún permanece abierto por aquel callejón oscuro de Camino de Ronda 168, o como cartel humano del famoso slogan “compro oro” decidí trabajar… de planta. Habéis leído bien. No lo leas otra vez, que sí, que sí que me hice planta. Lo que pasa es que elegí mal, y me hice geranio.


 Y es que ser geranio no mola nada. Todos conocemos a esas marujas de vestidos estampados que salen con bolsas en la cabeza los días de lluvia. Esas señoras, sin saber muy bien la razón, hablan con las plantas. Qué cosa más rara, por lo visto están por ahí en sus cosas viendo el  “Sálvame” debatiendo sobre la fiabilidad estructural y estética de la nueva nariz de la Esteban. Entonces, de repente, piensan en lo divertido que sería contárselo todo luego al geranio. Y claro a mí en esos momentos, pues se me crean dudas morales y existenciales sobre la humanidad, llegándome a preguntar si es que esta mujer está loca, pero loca chunga. Evidentemente con esa leyenda urbana de que las plantas te escuchan, pues todo es peor aún si cabe. Imaginaos un momentito. Eres un geranio en tu macetero, y oyes los pasos acercándose de la loca en cuestión, acechándote, aproximándose y tú no paras de pensar en el mal día que tienes, como para encima tener que aguantar la brasa de una maruja chocha mientras te riega la cabeza, casi hasta ahogarte. ¿Y qué vas hacer? Eres un geranio enterrado hasta las rodillas sin poder moverte ni huir. Si todavía fueras un girasol podrías darle la espalda y que le den por saco. 


Pero gracias a dios no elegí ser una planta de marihuana. Pensad en vuestro supuesto interlocutor. Un generación NINI poli piercing y pantalón-cagao. Cuánto más crecéis y mejor aspecto tenéis más cerca está vuestra muerte. ¡Qué trágico destino acabar fumado, quemado vivo por los pies contemplando cómo te conviertes en ceniza entre el embriagador humo psicotrópico!


Tras esta fotosintética experiencia, un día de esos tontos que te levantas bien temprano y muy predispuesto a eso de las doce y media de la mañana, mientras desayunaba  leyendo yo el Segunda Mano, que es un periódico muy bueno lleno de chistes cortos y graciosísimos. Encontré de repente un anuncio ofertando un trabajo que en principio pintaba muy  interesante. Decía tal que así:

 “SE NECESITA JOVEN ENÉRGICO, CON CAPACIDAD DE
  TRABAJO EN EQUIPO, PREDISPOSICIÓN A EXPLORAR
  NUEVOS HORIZONTES EN SUS INQUIETUDES, CON
  DON DE GENTES Y ABIERTO A NUEVAS EXPERIENCIAS" .                                                      
                                 Pregunten por Mauro: 67XXXXXXX.

Incorporándome del sofá como un resorte, analicé mis aptitudes viendo que encajaba perfectamente con el perfil solicitado. Llamé al tal Mauro ese y me emplazó a una entrevista de selección.
En fin el trabajo, como explicarlo, era formar parte del equipo de mantenimiento en una sauna gay. No es que yo sepa mucho sobre saunas gay, pero siempre pensé que esos sitios eran de otra forma. Para empezar desconocía ese afán por tener la calefacción a doble resistencia, nada más acceder al interior pensé en la humareda que tenían montada esos fumetas distraídos. Hacía tantísimo calor, que al segundo de entrar ya empezaban a caer goterones como puños por la espalda, bajando sinuosamente por el huequito del coxis, que ha decir verdad es el camino más fácil. Hombre y aunque no me entrara muy bien ese bañador que me dejaron, pues tengo mi puntito aún con las gafas empañadas. Tampoco os confundáis, mal pensados, esto no quiere decir que mi persona sea un aficionado a la cascarita amarga, ni que participe en la cofradía del santísimo Modern Talking de Jesús.  Ya os digo yo no sé mucho de saunas gay, pero que la temperatura media sea de setenta grados a la sombra, con eso ya se gratina. Debido a este calorín, recomendado por mi médico de cabecera, debía tomarme duchas frías cada diez minutos para no acabar deshidratadamente ultrajado por alguno de mis orificios, con la consiguiente repercusión física. Tenía el pito como el nudo de un globo. Pero claro con lo de la manía esa que tenían todo el día los simpaticones clientes, insistiendo constantemente de que debía explorar nuevas vías, ellos siempre querían darme por… supuesto mucho cariño y buenos consejos. Deseaban ascender por el lado sur a mi corazón, tomar la carretera secundaria de mis sensaciones, y oír la cara B de mi cinta de grandes éxitos. Repito y reitero yo no sé mucho de saunas gay pero para mí ese agujero es solo de salida.


 Por lo tanto puedo decir y digo, que le den por culo al sistema laboral que ya encontraré la forma de pasar a los anales de la historia de uno u otro modo.










“El hombre con peor suerte del mundo”.


Corregido y etiquetado por Adriana Martín
 

12 mayo 2010

De aquella vez sin mala suerte…

Todo lo que me ocurre, estas vivencias, esos desagradables momentos, la multitud de humillaciones públicas y privadas que he padecido como ya sabéis, tienen un denominador común: la mala suerte. En verdad es que yo de pequeño siempre quise tener poca suerte. Porque cuando tienes tan mala suerte, (y por tanto es demasiado obvio que eres gilipollas), en el fondo el resto del mundo, sorprendentemente, piensa que eres un genio. Es en realidad como si fuera el siguiente paso. Por lo visto llega un momento en que traspasas esa delgada línea en que las personas no sólo dejan de creer que eres un gilipollas desgraciado, sino que de repente también llegan a la conclusión de que te pareces al de la película Una Mente Maravillosa. Como si no fuera posible tener tan mala suerte sin una compensación. Por lo tanto esa compensación a veces va más allá de simples toques de genialidad regalándome un buen día.

 
Fue justo el día de mi cumpleaños, de mi vigésimo cuarto cumpleaños. Para los que son de la LOGSE, cuando cumplí veinticuatro. Cumplir años siempre me ha sentado realmente bien. A decir verdad me encanta esta efeméride anual. El problema era que ese día tenia turno doble en aquel antro donde trabajaba, ese sitio infestado de cucarachas tan mal pagado. Lo único que me hacia volver cada mañana era Marta. Marta era una tía buena, de esas que además saben que están muy buenas como las princesas de cuento. De esas que son conscientes de ello e incluso lo explotan.


 En definitiva, esa mañana me las arreglé para bajar bien temprano a desayunar con la esperanza de recibir toda una retahíla de felicitaciones y presentes varios. Aparecí en la cocina donde mi madre preparaba, entre fogones, café caliente y el puchero del mediodía. Esperé paciente su felicitación, pero para mi horror no obtuve mas que un simple buenos días entre bostezos y legañas. No importa. Un olvido lo tiene cualquiera. Total, éramos tantos en casa que podía perfectamente habérsele olvidado entre las obligaciones matutinas. Me quedaba el recurso de mis hermanas. Esas niñas detallistas y adorables me agasajarían en cuanto entrasen en procesión por la cocina. Las oí corriendo escaleras abajo ansiosas por darme la felicitación que este memorable día merecía. Entraron en la cocina, se sentaron entre gritos y reproches sobre cuál de ellas se lavaría el pelo en primer lugar aquella mañana. Pero de los regalos, tarjetitas, cancioncillas, besos y arrumacos ni rastro alguno.


  Abatido por las circunstancias acaecidas, salí de casa rumbo al trabajo esperando como agua de Mayo esa compensación merecida en forma de multitud de regalos y cariños. Cerca del trabajo, al doblar la esquina, la vi a ella. Marta a veces me esperaba en aquel banco verde de la plaza de las Palmeras, para entre risas y nervios acompañarnos mutuamente al trabajo. Siempre decía que era muy gracioso. Tras unos pocos metros caminados, me felicitó. Fue ella la primera que me felicitó y se congratuló por mi nacimiento, apretando sus turgentes pechos contra mi hombro sorprendido. Esa mañana estaba convencido de que mi suerte por fin me daría una pequeña tregua.


Y es que de repente Marta, con mirada pícara, apretándose mas aún contra mi hombro, susurró en mi oído, esas palabras dulces y soñadas:

- ¿Por qué no pasamos del trabajo y celebramos tu cumpleaños? Preguntó sensualmente, evocando en mí toda clase de pensamientos impuros. Solo acerté entre balbuceos y temblor de mandíbula a asentir encandilado por el canto de aquella sirena. Agarrándome con firmeza de la mano me condujo hasta el piso que compartía con unas amigas muy cerca de nuestro punto de encuentro. Entre palpitaciones desgarradoras y ardor genital me llevó casi a trompicones subiendo las interminables escaleras hacia el tercero izquierda, sin ascensor. 

 Una vez llegamos a aquel apartamento que supondría el emplazamiento de consagración de todas mis fantasías se volvió hacia mi diciendo:

- Voy un momento a mi habitación a por tu regalo. Espera aquí. Dijo posando sus dedos sobre mis labios instándome al silencio.

 La miré alejarse hacia su dormitorio con ese ligero bamboleo hipnotizante. Tras unos minutos apareció con mi regalo. Llevaba un pastel del Mercadona enorme, acompañada por todos mis amigos. Estaban allí mis hermanas, Jaime, el de las vegetaciones y el jabalí perdido.¡Hasta mi padre vino a felicitarme! Salieron todos cantando acompasados el cumpleaños feliz mientras yo, maldiciendo mi desastrosa suerte, miraba sentado en el sofá… ¡¡En pelotas!!.











“El hombre con peor suerte del mundo”.


Corregido y etiquetado por Adriana Martín
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